CALENDARIO
En la dulzura de lentitud de siglos pasados, mucho antes del teléfono y cuando telégrafo
era el milagro tecnológico de comunicación presente solo en ciudades, en los pueblos
para enviar un mensaje se necesitaba una pluma y tinta, un sobre y sello y mucha
paciencia. Para recibirlo se necesitaba un cartero, persona, la que en aquella época tenia
una pequeña oficina en un pueblo lejano, con su piso en planta superior. Era sitio el que
era mucho mas que donde entregar un envío. Era sustituto de prensa, con importantes
noticias y comunicados colgados en sus paredes y, lo mas importante, en su pequeño
escaparate se encontraba expuesto el calendario, en gran mayoría de casos el único en
todo el pueblo. Lo traía el cartero antes de Navidad andando como cada mes hasta la
ciudad y se quedaría en su sitio en el escaparate para que el pueblo vive su vida según él.
Nevaba aquel día en las vísperas de Navidad cuando José el cartero antes de madrugada
y todavía de noche por el estrecho camino comenzó su largo viaje hasta la ciudad. Y ya
hubo mas gente mientras José, al salir de la oficina de correos con nuevo calendario
bajo brazo y su sueldo en el bolsillo iba por la calle principal, todos andando con prisa y
no escondían la alegría navideña. Parando se delante un gran restaurante, José recuerda
cuantas veces pasaba por ahí antes de hacerse cartero, mirando las caras alegres de
gente dentro comiendo y bebiendo e imaginando que algún día entrará aquí, se sentará
junto la mesa y pedirá algo de estas maravillas de la carta. Tras una duda, José entra
decididamente. Y así primer plato, segundo plato, primera botella de
vino, segunda botella...Ya se hacía un atardecer cuando José, con el paso inseguro salía
de la ciudad hacia el pueblo por el camino mojado de deshielo, intentando evitar a los
charcos y barro. Andando ya en oscuridad, ni se daba cuenta que ya está pasando por
medio de los charcos, hasta que en uno de ellos se resbala y cae. Incluso le daba risa de
que se ha caído en el barro, pero en realidad se reía ese vino caro el que le dejó ebrio.
Despertando se en su cama, José ni se acordaba ni cuando ni como llegó a casa, dando
se cuenta del calendario entre su ropa llena de barro tirada al suelo. Saltando de la cama
José coge el calendario mirando con desesperación las manchas de barro en él. Intenta
limpiarlo, pero se ponía aún peor, la tinta se desteñía y hasta el papel se rompía... Tras
unas horas sentado en total desesperación, José vuelve a la cama. Y nadie lo veía por el
pueblo hasta la noche vieja, la que en el pueblo en realidad no era mas que una cena un
poco mas rica que la habitual. Para José no era ni esto. Con el calendario del año anterior
y un pincel y pintura en la mesa delante él. Por la mañana en el escaparate apareció el
calendario viejo, con el año cambiado a nuevo, esperando si alguien se dará cuenta de la
infinita vergüenza del José. Pero el día de año nuevo nadie se fijó al calendario, los días
siguientes tampoco. Parece que solo a José le molestaba que los domingos caían en
martes. Para José días se hacían años mientras contaba el dinero que le quedó del
sueldo y esperando el fin del mes para bajar de nuevo a la ciudad, decidido de comprar
un calendario de estos de sobra y ponerlo en escaparate, quitando ese falso, el que los
demás ni le notaban, pero el que ya se ha convertido en una verdadera pesadilla para él,
un oscuro símbolo de su vergüenza y deshonra.
Y así vino el día de bajar a la ciudad y tras la noche sin dormir de nervios y emoción,
al José se le hizo corto el camino hasta la ciudad, donde se extrañaba viendo las calles
vacías sin gente y las tiendas aún cerradas. Pensando que aún es pronto José esperaba,
pero pasaban horas y todo seguía igual. Por fin aparece un hombre en la calle.
- ¿Perdone, porque está todo cerrado? - pregunta José con inseguridad.
- Hoy es domingo. - responde hombre - Hoy no abren.
Como si un rayo le alcanzó, José de repente se dio cuenta que con este calendario, el
que corrigió para engañar a los demás, en realidad se ha engañado a si mismo. Se quedó
José ahí durante horas parado y pensando que hacer. Y ya se hacía de tarde cuando
en el suelo de la calle detrás de él y sus pasos rápidos alejando se, se quedaron los
trozos de cristal roto y el escaparate de la oficina de correos sin el calendario expuesto
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